Los sueños en terapia

Toda la obra onírica es esencialmente subjetiva, y el sueño es un teatro donde el propio soñador es el escenario, el actor, el apuntador, el productor, el autor, el público y el crítico

Escrito por Luis E. Pulgar y Helena García

Independientemente de que seas un ávido «googleador» del significado de tus sueños, o alguien que simplemente tiene curiosidad por entender un poco más sobre dónde se va tu mente mientras duermes, o que no recuerda sus sueños en absoluto… lo que es indudable es que los sueños y las imágenes que nos transmiten han formado parte de nuestra cultura colectiva desde los albores de la humanidad, y que hoy en día siguen siendo un tema controvertido al que se intenta explicar como restos diurnos, fenómenos neurofisiológicos, mensajes del más allá… En definitiva, todos buscamos un significado para esta parte tan enigmática de nuestra psique.

¿Cuál es el primer sueño que eres capaz de recordar?  ¿Tienes alguno que se repite a menudo? ¿Soñaste con alguien con quien hacía mucho que no hablabas y a la mañana siguiente, suena el teléfono y era esa persona quien llamaba? ¿Soñaste que tu pareja te fue infiel y estuviste de morros todo el día? ¿Alguna vez has sentido que tus sueños te están intentando decir algo? ¿Sueñas de forma esquemática, con números o te montas unas historias dignas de Juego de Tronos?

Hay temáticas en los sueños comunes a toda la humanidad (los de ansiedad, los de satisfacción de un deseo…) y en cambio otros están determinados por un patrón cultural.

La mayoría de las civilizaciones antiguas atribuían los sueños a mensajes divinos, en Egipto por ejemplo, eran considerados tan sagrados que las parejas dormían en habitaciones separadas, para poder así recibir de manera más clara los mensajes predictivos que los dioses enviaban en forma de sueños, tenían incluso médicos especializados en la interpretación de los sueños y profecías.

Uno de los más conocidos aparece en el Antiguo Testamento. Se trata del sueño del faraón que mostraba cómo subía del Nilo siete vacas gordas primero y siete vacas flacas que se comieron a las primeras, traduciéndose en siete años de abundantes cosechas y siete años de ruina que se lograron salvar gracias al consejo de José (el interpretador de sueños).

Los griegos creían que los sueños, llamados Oniros, eran espíritus alados. Las mil personificaciones de los sueños salían por la noche de su caverna y eran enviados por los dioses a los mortales que dormían, siendo el más famoso Morfeo, quien fue castigado por Zeus por haber revelado secretos divinos a los mortales a través de los sueños.

En el Tíbet se practica el Yoga de los sueños, donde el foco está en el trabajo espiritual de vivir los sueños. En cambio, en las escuelas psicológicas, que trabajan con los sueños de forma habitual, se centran en su interpretación.

Hay historiadores que afirman que algunos sueños han cambiado el curso de la historia. Sueños intrigantes como el del gato negro, tradicional símbolo de mal augurio, con el que Napoleón Bonaparte soñó antes de su derrota en Waterloo. Se cree que los sueños de Sócrates y Abraham Lincoln vaticinaron su propia muerte. Algunos dicen que Carlomagno y Schopenhauer salvaron sus vidas gracias a sueños premonitorios. No vayáis a creer que las mentes científicas se salvan de estas curiosas alegaciones: hay científicos como Dimitri Mendeleiev (que ordenó la tabla periódica de los elementos) o premios Nobel como Niels Bohr (que descubrió la estructura del átomo), Otto Loewie o Paul Ehrlich (que comprendió cómo se defienden las células ante lo venenos). Todos ellos, gracias a un sueño y también muchísimos años de arduo trabajo, señalan que su momento de «Eureka!» fue revelado mientras dormían.

¿Hay sueños de primera y de segunda categoría? En la Grecia clásica se creía que los sueños auténticos surgían de una puerta hecha de cuerno y los falsos de una de marfil. La experiencia nos dice que algo de verdad hay en este enfoque, ya que hay sueños que parecen residuales, como una clasificación de los contenidos del día sin demasiada trascendencia psíquica, pero hay algunos que para bien o para mal nos impactan profundamente. Hay incluso algunas imágenes oníricas que nos aparecen al cabo de años de haberlas soñado, por la intensidad emotiva que nos generaron. Queramos o no, creamos que los sueños son importantes o no, estos consiguen infiltrarse en nuestro día a día e influir en nuestro estado de ánimo. 

¿Pero por qué, si son tan importantes, a veces son tan incomprensibles? ¿Por qué esas metáforas confusas, imágenes desconocidas, fragmentadas o incongruentes? Porque los sueños tienen su propio lenguaje, que aunque no está sujeto a las leyes de la lógica racional tiene sus propias reglas y coherencia onírica. Además, cada persona tiene su propio sistema de símbolos y su lenguaje particular y aprender a descifrarlo puede ser un trabajo muy gratificante y me atrevería a decir, hasta divertido.

Quizás el mundo onírico no esté tan separado del mundo despierto y tan solo son extensiones uno del otro. Está comprobado que cuantas más cosas nos están pasando en la vida, más intensidad tiene la fase REM (es la fase del sueño con una actividad cerebral intensa que resulta visible en la realización de movimientos oculares rápidos y que es la fase donde se producen los sueños y la capacidad de recordarlos).

Los sueños pueden ayudarnos a liberar nuestra naturaleza creativa e intuitiva, son una herramienta valiosa para mostrarnos atajos al núcleo de nuestros problemas, a escuchar nuestras partes exiliadas, a conectar con nuestro mundo interior. Son cartas que nos envía nuestro inconsciente y depende de nosotros si queremos abrirlas o no… Y por si esto fuera poco, una forma fácil de amenizar las interacciones sociales, porque a quién no le gusta escuchar: ¡¡¡No te vas a creer lo que he soñado hoy!!!

Aquel que mira afuera, sueña. Quién mira hacia dentro, despierta

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