Artículo de Dácil González, psicóloga y psicoterapeuta.
Todos hemos oído hablar del apego: el apego entre personas, el apego con objetos, la necesidad que tenemos de apegarnos y desapegarnos, las bondades y dificultades del apego, etc.
En el artículo de hoy voy a hablaros del apego desde la perspectiva de la psicoterapia, definiendo en primer lugar qué es el apego, para qué nos sirve y cómo podemos conseguir un estilo de apego saludable.
¿Qué es el apego?
El apego es la vinculación afectiva y duradera que se desarrolla en los primeros años de vida entre dos seres humanos, la persona cuidadora, generalmente la madre y/o el padre, y su hijo/a. Las interacciones que se van generando entre ambos/as, de alguna forma, conformarán el estilo de apego del niño/a.
Sobre esto hay algo importante que hemos de saber, y es que los seres humanos nacemos con una impronta, venimos al mundo con un programa neurobiológico que nos impulsa a buscar a nuestro cuidador porque sabemos, de manera innata, que es quién puede asegurar nuestra supervivencia. Así pues, podemos afirmar que el apego es un sistema relacional primario que asegura la supervivencia a los seres humanos.
La manera en que se van dando las interacciones entre madre/padre e hijo/a va estructurando la experiencia interna del pequeño/a, va dando forma a la experiencia que tiene con su madre, y eso, en gran medida, también estructura el desarrollo de su cerebro. Con la construcción de este apego primario, el niño/a está asentando la base de sus futuras relaciones, de su interacción con el mundo, de sus expectativas acerca de los/las demás, en definitiva, está definiendo el estilo relacional y vincular de su vida adulta: con sus amigos/as, con sus parejas, con sus hijos/as, etc. Las últimas investigaciones sobre este tema arrojan un dato muy relevante: el estilo de apego suele quedar instaurado alrededor del primer año de vida del niño/a.
Las respuestas de los cuidadores/as que contribuyen a construir el apego del niño/a no son siempre eficaces, es una danza continua de ensayo-error que, aunque busca la conexión y la sincronía, no siempre la logra. A veces no tenemos información sobre cuál es la forma más adecuada de hacerlo, o tenemos información errónea o contradictoria. Por ejemplo, seguro que habréis escuchado teorías que afirman que dejar a un niño/a llorar en una buena fórmula para que se calme. Sin embargo, se ha demostrado que no es así; el niño/a deja de llorar porque no le atendemos porque aprende que no hay nadie para él/ella. También nuestra capacidad para dar respuestas eficaces puede estar relacionada con nuestra propia experiencia como hijo/a. Como padres, irremediablemente, se nos pone en juego todo aquello que nos dio seguridad, pero también aquello que nos faltó o nos hizo daño.
Como vamos viendo, el apego se va configurando en las relaciones más primarias, en etapas en las que la comunicación verbal es muy limitada y donde las experiencias sensoriales y corporales son determinantes.
¿Qué estilos de apego existen?
Las investigaciones sobre el apego identifican cuatro estilos de apego diferentes: un estilo de apego seguro y tres estilos de apego inseguros que a continuación explicaré detalladamente.
APEGO SEGURO: en este estilo de apego predominan las interacciones coordinadas entre la madre/padre y el niño/a, hay sintonía y conexión entre ellas. Si el niño/a tiene opción de elegir, elegirá a su madre/padre antes que a una persona desconocida. Son niños/as que exploran y confían en que los cuidadores/as estarán si los necesitan, de manera que no los buscan o reclaman de forma ansiosa. Los niños/as con un apego seguro aprenden a expresar su malestar y sus miedos porque saben que recibirán de sus cuidadores/as una respuesta que les permitirá recuperar la serenidad. En definitiva, estos niños/as van construyendo un modelo interno que predice que sus cuidadores/as estarán disponibles y serán eficaces en sus respuestas, lo que les hará sentirse seguros/as en el mundo y tener confianza en los/las demás. Hay estudios que señalan que, en las relaciones de apego seguro, los estados de conexión y sincronía madre-bebé ocupan alrededor del 30% del tiempo de interacción. Es decir, incluso en este tipo de apego, los intercambios de descoordinación y desconexión se producen constantemente.
APEGO INSEGURO AMBIVALENTE: los niños/as que desarrollan este estilo de apego sienten un malestar intenso en las separaciones de su cuidador/a dada la inestabilidad e imprevisibilidad de la presencia de este/a. Son niños/as que acostumbran a expresar el malestar de una forma más intensa para que el cuidador/a los/las atienda, niños/as con menos interés en la exploración, que se sienten inseguros/as con la falta de constancia de las personas que les rodean.
APEGO INSEGURO EVITADOR: los niños/as con este estilo de apego no acostumbran a apoyarse en la figura del cuidador/a e, incluso, pueden llegar a expresar rechazo hacia él/ella. Se trata de cuidadores/as poco disponibles, inmersos en sus propios asuntos y dificultades. Los niños/as con un apego inseguro evitador no suelen expresar ansiedad ante las separaciones y pueden gestionar su malestar desde una falsa autonomía.
APEGO DESORGANIZADO: en este estilo de apego predomina la falta de un entorno predecible para el niño/a. El cuidador/a es la fuente de posible consuelo para el niño/a, pero también se convierte en la fuente de su miedo, por lo que va generando conductas incongruentes en el niño/a como puede ser acercarse, pero deteniéndose antes de llegar o evitar el contacto visual con sus cuidadores/as. Es un niño/a que se puede bloquear o congelar corporalmente como respuesta al miedo hacia su cuidador/a. La base de este tipo de apego es un entorno de un alto nivel de desatención o maltrato hacia el niño/a. El cuidador/a es una persona con muchos asuntos no resueltos que no le permiten estar para su hijo/a de la forma en que este/a lo necesita.
¿Cómo podemos saber cuál es nuestro estilo de apego?
Es difícil identificar que estilo de apego predomina en cada uno/a de nosotros porque, como explicaba antes, es un sistema que aprendemos en las primeras etapas de nuestra vida, donde las palabras y los recuerdos no se almacenan como en la edad adulta. Nuestro estilo de apego está estrechamente ligado con las sensaciones y con la respuesta fisiológica que nos activan las relaciones con los otros, con lo seguros/as o inseguros/as que nos sentimos de que los/las demás nos van a dar una buena respuesta, de que van a estar ahí para nosotros/as, en lo que pensamos de nosotros/as mismos/as, si nos sentimos más o menos valiosos/as, etc.
Abordar nuestras experiencias más tempranas en un proceso terapéutico puede ofrecernos la posibilidad de darnos cuenta de aspectos de nuestra vida que, hasta este momento, han estado en nosotros de forma más inconsciente, pero que nos han podido generar dificultades en nuestras relaciones y con nosotros/as mismos/as. Al abrirnos a estas experiencias podemos curar heridas que están presentes desde una etapa inicial de nuestra vida, pero a las que no habíamos accedido hasta este momento. Además, esto suele tener un impacto en nuestro presente, descargamos la “mochila” que todos/as llevamos, nos sentimos más libres para relacionarnos, nuestras sensaciones en las relaciones con los demás cambian y podemos transformar estas experiencias difíciles en nuevos aprendizajes y nuevas posibilidades.
Al tratar y curar nuestras heridas emocionales más primarias nos damos la posibilidad de ofrecer a nuestros hijos/as experiencias diferentes, más reguladoras, que les permitan desarrollar un estilo de apego más saludable. No estamos abocados a repetir los mismos patrones inconscientes que recibimos, sino que tenemos la posibilidad de replantearnos cómo queremos relacionarnos con ellos/as para construir un estilo de apego más seguro. De esta forma nos damos la oportunidad de reparar nuestra experiencia y a la vez ofrecer una experiencia de mayor regulación emocional a nuestros hijos/as.